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jueves, 1 de mayo de 2014

Tiempo de migraciones. Isabel Bernardo

El 29 de Abril, se presentó en el Casino de Salamanca el poemario: “Tiempo de migraciones”.

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Isabel Bernardo estuvo acompañada por los poetas, Soledad Sánchez Mulas, que hizo la presentación del poemario y por José Amador Martín, que nos deleitó con un precioso audiovisual realizado para la ocasión.

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Por la belleza de ambos trabajos, quiero reproducirlos en mi blog, para que todo el que lo desee, pueda volver a disfrutar de esta presentación, esta vez, tal vez con el poemario de Isabel en casa.
El audiovisual podéis verlo en este enlace de la revista: Crear en Salamanca.

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Con mi agradecimiento a ambos poetas y por supuesto a Isabel Bernardo, que ha sabido llevarnos de la mano por ese río por el que transcurre su vida en Tiempo de migraciones.
Gracias por la belleza de tu voz poética.
El texto de Soledad Sánchez va íntegro, a continuación.
Presentación de Tiempo de migraciones
29 de abril de 2014
Salamanca

TIEMPO DE MIGRACIONES, de Isabel Bernardo
En una  obertura universal, expresamente referida al ser humano, la
poeta nos presenta al hombre de agua, raíz de la vida, que sigue el
curso vital, agua también. Son sus ojos los que absorben el discurrir,
impetuoso o manso, luminoso u oscuro, sorprendente o cotidiano, de
un río que procura vitalidad y dolor. La rueda vital engrasa el ansia de
descubrimiento y así, nos dice: “por alimentarme de río / me hice
astuta sed”. No desecha el sufrimiento, ni escapa de las dudas, ni
vadea las zonas profundas, porque también se nutre de la luz, de la
esperanza, del acontecer de este Tiempo de migraciones que, en boca
del yo poético, es un “viaje sin treguas convenidas” en el que siempre
queda espacio para las aguas claras y tranquilas, como cuando asegura
que “más tarde, el viento, despacito / escurrirá mis ropas y ya nada
será de temer”. Este hombre de agua, este yo poético, finalmente, es
capaz de alejarse del canto del agua para ofrecer una perspectiva de su
propia memoria (poética y vital) desde “… una posada cerca del
poniente / desde donde ver pasar las aguas blancas”.

Tras esta obertura, el poemario se bifurca en tres cuerpos de agua que
discurren en tres aspectos de la memoria poética:  Soto de Rosas, la
Vadera de las Fieras y el Bosque Callado.  Cada cuerpo acuoso se abre
paso en un momento vital diferente y conforma un cauce jalonado por
una naturaleza que tiene voz propia en la poética de Isabel Bernardo y
que se convierte en un elemento imprescindible para sustentar la
memoria.
El yo poético vive enredado en los elementos naturales de los que aquí,
en Tiempo de migraciones, el agua es el protagonista absoluto.
Presentación de Tiempo de migraciones
29 de abril de 2014
Salamanca

Tantas clases de agua nos descubre  Tiempo de migraciones, como
aspectos conforman la memoria y el sentimiento profundo del discurrir
vital.

Soto de rosas descubre, dentro del hombre universal, a la mujer,
rodeada de una exuberante naturaleza, que se lanza a la vida y que es
“esa muchacha que mira / con los ojos en flor como yo miraba” y a la
que el agua traediza arranca la piel de muchacha. La muchacha nace a
la verdad de la palabra de los veinte años e inicia el sueño poético, de
magia: “Cíclopes y gigantes, caracolas de arena, / minúsculos seres de
nadie / cabalgando sobre las copas del bosque, deslizándose”, y
también el sueño poético de dolor,  en la búsqueda perpetua de la
palabra perfecta, porque “Nadie me  advirtió del silencio del poeta,
nadie / quiso hacerlo”. La muchacha, ya poeta, inmersa en la riqueza
natural de la palabra, en la lujuria poética, descubre también el agua
gorda, esa que impide la espuma y que trae los aleteos de muerte,
porque “sé que camino de la mano / de la misma muerte que se llevó a
la encina”. El yo poético se ha  encadenado, definitivamente, a la
palabra que marcará un cauce profundo en toda su existencia.

La vadera de las fieras remansa la migración. Todo se aquieta en el
tiempo en el que la muchacha aún conserva la piel de la infancia. El
poemario se hace carne y tacto para que el yo poético regrese a su
nacimiento y recupere la energía vital, la dicha.

La abuela vuelve manso al lobo, a cualquier lobo. Es calor y seguridad
para la piel infantil, amansa el miedo y se recorta en una oscura
naturaleza como una figura fuerte y necesaria. 

El abuelo marca en la niña el primer dolor de la ausencia, la “herida
cóncava del dolor”. La orfandad acecha ya al yo poético, se hace 
patente en el entorno infantil y pone de manifiesto la certeza de la
muerte. Pero también se incorpora, como  agua viva, la certeza de la
vida eterna, la permanencia como “soledad pura de nieve” de aquellas
personas a las que se aman y que siempre permanecerán en la
memoria. Y esta soledad, se hace  “fecunda”, pues la memoria y la
palabra tejen el recuerdo de la  persona amada y lo encadenan a la
vida.

Pasado y presente se hacen puentes en la figura de los padres. Puentes
necesarios para sortear el  agua negra. Bebe el yo poético del  agua
artesiana (profunda y fresca) y del agua de lluvia para querer ser río:
ha de beber en las fuentes de la inocencia y en las de sus ancestros,
para llenar su propio cauce y continuar la migración perpetua que es la
vida.

La dicha de los primeros años, la dicha de la vida, es agua salobre, es
gusto y papila, es naturaleza radiante, es amor que se palpa y que el yo
poético, con ojos infantiles, degusta con delectación. Dolor y amor,
sombra y luz tienen cabida en el mundo, y se realzan mutuamente.

En El bosque callado la naturaleza anochece. El yo poético ausculta el
silencio del bosque, de sus pobladores, de su interior a oscuras donde
laten la perenne sed y la inexorabilidad de la muerte… y de la vida. Ni
un segundo puede callar la palabra y así: “En busca del mar voy /
cantando como canta el río”, a pesar del dolor, porque: “Caminamos
como ese animal herido / que se limpia las úlceras con la lengua”,
porque en la propia saliva, el interior del yo poético, en la palabra
expresada en los versos se halla la autocuración, la sanación de la
oscuridad. En este bosque mutan las aguas por los cauces del dolor, de
la nostalgia, del silencio necesario para la regeneración: “me alzaré en
vuelo hacia el lugar / de la noche / donde habitan todos los silencios”. 
Sólo una vez en Tiempo de migraciones la naturaleza se hace piedra
dorada cuando el yo poético descubre el agua dulce de la ciudad. Las
piedras salmantinas también han sugerido la palabra, y la ciudad, “se
hizo herida en un poema precipitado y oscuro”. Espacio de inevitable
tránsito, de vivencias difíciles, de  pérdidas, pero irresistible imán que
también forma parte de la densidad de ese bosque callado.

El yo poético sabe de la dificultad de la palabra, de esa “agua sal” en la
que los versos se evaporan hacia un destino oscuro, sin haberse
ejecutado todas las tonalidades. Nada permanece, y la magia y el dolor
de la palabra consisten en atrapar la levedad y la belleza de la esquirla
o del escombro. Es una poética (la de Isabel) que nos habla del trabajo,
del esfuerzo, del dolor de la escritura.

El yo poético transita entre agua y se define en vida, alma, ventana y
cuerpo. La ventana permite que los  ojos del alma, de la vida, se
asomen a cuanto acontece. La ventana se abre a las aguas, a todas las
aguas, a los cauces que el yo poético, hombre de agua, muchacha de
palabra, niña de ausencia, ha puesto a nuestro alcance como un bello
paisaje, siempre en movimiento, como el escenario definido (e infinito)
para que, con naturalidad, transcurra la necesaria migración.

Cierran el poemario el agua mansa y el agua lustral. La primera, en su
mansedumbre, permite al yo poético aceptar la llegada de la muerte,
“con las manos llenas / de miedo,  / miedo del viaje a la nada “, y
preparase para el sacrificio, ofrendarse con el agua lustral al Dios que
gravita sobre el bosque oscuro: “Todo mi alrededor, es ya una serena
fuga / en este tiempo de migraciones”. La serenidad abarca también la
inevitable duda ante la pérdida de la corriente, ante la sequedad de la
tierra adentro en la que el erial absorbe la sorpresa del agua. 

Y para terminar, diré que hay que acercarse a Tiempo de migraciones
habiendo respirado muy hondo. Hay  que llenar los pulmones de aire
limpio y afrontar un viaje por la  naturaleza, de la mano de la
sensibilidad, sorprendentemente bello.

Se nos permite, a vista de majestuoso pájaro, contemplar el mundo
poético que nos regala Isabel Bernardo, cuajado de vida, de color, de
sensaciones, de memoria, de seres humanos y mágicos, de animales y
de seres inanimados que cobran vida, y disfrutarlo plenamente de la
mano de su verdad. Una verdad rotunda que nace de la reflexión y de
la contemplación sincera del entorno, embellecida con un rico lenguaje
que redescubre la naturaleza desde la infinitud del agua.

Solo me queda pedirles que abran  Tiempo de migraciones y que
disfruten, a corazón abierto como yo  lo he hecho, de este maravilloso
viaje.

Soledad Sánchez Mulas
 

Salamanca, 29 de abril de 2014



Tiempo de migraciones, poemario de Isabel Bernardo, se presentó en el Palacio de Figueroa (Casino de Salamanca), el 29 de abril de 2014. En la mesa: José Amador Martín Sánchez, quien proyectó el audiovisual del mismo nombre, con guión propio en la voz de José María Sánchez Terrones; el editor, Juan Antonio Hernández (Hergar Ediciones Antema), yo misma y, por supuesto, mi admirada Isabel.







2 comentarios:

  1. Estuve escuchando atentamente esta hermosa presentación de Sole, Hoy, gracias a ti Elena, la he vuelto a leer y creo que Isabel acerto de lleno al pedirle a Soledad que estuviera a su lado. Enhorabuena a las dos, a Isabel por ese magnifico poemario y a esa presentación tan poética y tan hermosa de Soledad. Y un besito para ti, Gracias por publicarlo

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    1. El poemario de Isabel Bernardo, ¡ Por suerte! Lo tenemos en casa para leerlo y releerlo, pero no quería que esa preciosa y acertada presentación se perdiera entre los muros del patio del Casino, sino que nos quedara para siempre. Me alegro que la disfrutaras gracias al blog.
      Un beso para tí también.

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