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sábado, 1 de marzo de 2014

Homenaje a Rubén Darío en Salamanca

¡Torres de Dios! ¡Poetas!
la foto 1 (2)Salamanca rindió un homenaje a Rubén Darío. La asociación de Antiguos Alumnos y Amigos de la Universidad (ASUS) en colaboración con la Sociedad de Estudios Humanísticos (Selih) impulsaron este tributo al poeta nicaragüense.
En el acto se dio a conocer el retrato que el pintor Miguel Elías realizó del poeta y que donó a la universidad para que ésta lo enviara a  Granada (Nicaragua) donde se  rinde homenaje a Rubén Darío en su festival internacional de poesía.
Autor del cuadro: Miguel Elías.
La primera parte del acto fue para mí la más emocionante, sin desmerecer la intervención de los poetas, que dedicaron unos poemas bellísimos al gran poeta que fue Rubén Darío.
Pero como os decía, en la primera parte Unamuno se retracta y pide perdón a Rubén por no haber sido justo con él en vida.


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El rapsoda José Mª S. Terrones es el encargado de leer la carta titulada:
¡HAY QUE SER JUSTO Y BUENO RUBÉN!

Esta entrada del blog está dedicada pues, a esta primera parte del acto, os haré llegar un extracto de la carta que Unamuno escribió a su amigo después de muerto.
Casi puedo decir entonces que esta entrada la escribe para vosotros D. Miguel.
…  ¡Pobre Rubén! , digo yo ahora. Porque éste otro niño grande era también, como aquél, bueno, entrañadamente  bueno. Débil, entrañadamente débil.

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Quiero ahora aquí, como ofrenda al hombre, comentar una de esas cartas.
Con esta lengua que el Demonio nos ha dado a los hombres de letras, dije una vez delante de un compañero de pluma que a Rubén se le veían las plumas – las de indio- debajo del sombrero; y el que oyó  ni corto ni perezoso, esparció la especie que llegó a oídos de Darío.
Éste poco después, el 5 de Septiembre de 1907 me escribía desde París:
Mi querido amigo: Ante todo para mi alusión. Es con una pluma que me quito debajo del sombrero con la que con la que le escribo. Y lo primero que hago es quejarme de no haber recibido su último libro. Podría haber diferencias mentales entre usted y yo pero…
…Seguía la carta así: Mas yo quisiera también de su parte alguna palabra de benevolencia para mis esfuerzos de cultura.
… y en cuanto a lo que a mí respecta, una consagración de vida como la mía merece alguna estimación. ¿Alguna estimación? ¿nada más que alguna estimación? ¡Noble Rubén! ¡Con qué dignidad, con qué nobleza se quejaba de una conducta que, en verdad, no debí haber para con él seguido!


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La carta de Rubén acaba así: La independencia y la seriedad de su modo de ser le anuncian para la justicia. Sobrio y aislado en su felicidad familiar, debe comprender a los que no tiene tales ventajas. Usted es un espíritu director. Sus preocupaciones sobre los asuntos eternos y definitivos le obligan a la justicia y a la bondad. Sea pues justo y bueno. Ex todo corde, Rubén.

Han pasado ocho años de esto, muchas veces esas palabras de noble y triste reproche del pobre Rubén me han sonado dentro del alma y ahora parece que las oigo salir de su enterramiento, aún mollar. ¿Fui para con él justo y bueno? No me atrevo a decir que sí.


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Quería alguna palabra de benevolencia para sus esfuerzos de cultura de parte de aquellos con quienes se creía, por encima de diferencias mentales, hermanado en una obra común. Era justo y noble su deseo. Y yo arando sólo mi campo desdeñoso en el que creía mi espléndido aislamiento, meditando nuevos desdenes, seguí callándome su obra. ¿Fue esto justo y bueno? No me atrevo a decir que sí.
Él por su parte no calló ante la mía. Ante mi obra poética quiero decir. Cuando publiqué mi primer volumen de poesías, lo mejor, sin duda, lo más cordial que sobre ellas se dijo, fue lo que dijo Rubén en un artículo en La Nación bonaerense, no lo olvidaré nunca.
…y es aquél óptimo poeta era un hombre mejor.

Le acongojaban las eternas e íntimas inquietudes del espíritu y ellas le inspiraron sus más profundos, sus más íntimos, sus mejores poemas. No esas guitarradas que se suele citar cuando de su poesía se habla.
… porque el pobre Darío tuvo la triste suerte de todos los que  de verdad remueven y ahondan y renuevan, y es que de lo suyo adquiera más pronta y extensa boga lo menos suyo y lo más flojo. Si me hubiera dejado guiar por lo que de él me recitaban los que decían admirarle más, no le hubiese leído nunca. ¡Fortuna grande que le conocí y descubrí al hombre, y éste me llevó al poeta! Al indio – lo digo sin asomo de ironía; más bien con pleno acento de reverencia-, al indio que temblaba con todo su ser, como el follaje de un árbol azotado por el cierzo, ante el misterio.…” Sea pues justo y bueno” esto me decía Rubén cuando yo me embozaba arrogante en la capa de desdén de mi silencioso aislamiento, de mi aislado silencio.
...¡No, no fui justo ni bueno con Rubén, no lo fui! No lo he sido acaso con otros. Y él, Rubén era justo y bueno.
… Tenía una amplia universalidad, una profunda liberalidad de criterio. Era benévolo por grandeza de alma, como lo fue antaño Cervantes. ¿Sabía que él se afirmaba más afirmando a los otros? No, ni esta astucia de fino egoísmo había en su benevolencia…
Aquel hombre, de cuyos vicios tanto se habló y tanto más se fantaseó, era bueno,… entrañadamente bueno. Y era humilde… hundía su corazón en el polvo de la tierra…
…se decía algunas veces pagano, pero yo os digo que no lo era.
No descansó nunca aquel su pobre corazón sediento de amor. No de amar, sino de que se le amase.


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“Alguna palabra de benevolencia para mis esfuerzos de cultura”.  Aún me resuena esta queja y reproche y demanda. ¡Qué no era pedirme una limosna, no,
no! Sino era pedirme justicia. Sea pues justo y bueno.
…Su canto fue como el de la alondra, nos obligó a mirar a un cielo más ancho, por encima de las tapias del jardín patrio en que cantaban, en la enramada, los ruiseñores indígenas. Su canto nos fue un  nuevo horizonte, pero no un horizonte para la vista, sino para el oído. Y yo oyendo aquel canto me callé. Y me callé porque tenía que cantar, es decir, que gritar acaso, mis propias congojas, y gritarlas como bajo tierra, en soterraño. Y para mejor ensayarme me soterré donde no oyera a los demás.
…¿Por qué en vida tuya, amigo, me callé tanto? ¡qué sé yo…!¡qué sé yo…! Es decir, no quiero saberlo. No quiero penetrar en ciertos tristes rincones de nuestro espíritu.
De tal modo se tapa uno los oídos para no oír a los demás y que no le distraigan de sí mismo y le dejen así oír mejor la voz de sus entrañas, que acaba por no oírse ni a sí mismo.
… Sí, buen Rubén, óptimo poeta y mejor hombre: éste tu huraño y hermético amigo, que debe ser justo y debe ser bueno contigo y con los demás, te debía palabras no de benevolencia, de admiración y de fervorosa alabanza, por tus esfuerzos de cultura. Y si Dios me da salud, tiempo y ánimo, he de decir de tu obra lo que – más vale no pensar en por qué – no dije cuando podías oírlo. ¿lo oirás ahora? Quisiera creer que sí.
Hay que ser justo y bueno Rubén.
 

Espero que os haya parecido tan interesante como me lo parece a mí.
Difundirlo es una forma de reivindicar desde aquí al gran poeta que fue Rubén Darío.

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